miércoles, 17 de diciembre de 2014

¡Leed, leed, malditos!

Me he leido algunos libros que me expliquen cómo hacer que mis hijos se aficionen a la lectura, pero no hay forma.
A veces pienso que no son hijos míos o que el gusto de leer es un gen que no les he traspasado. Yo lo necesito tanto como respirar y además, lo hago delante de ellos -dicen que lo mejor es dar ejemplo-.

He probado a leer con ellos, a llevarles a la biblioteca, a comprarles el libro que prefieran, a hablarles de títulos que me gustaron cuando tenía su edad -Ende, Tolkien, o Zipi y Zape, da igual-; incluso me compré Como una novela, de Daniel Pennac para entender cómo pudo inculcar el placer de la lectura en sus alumnos adolescentes. Nada, de nuevo, fracaso total.

La última idea que se me ha ocurrido es hacerlo a través de la música, porque eso sí, se aprenden las letras de todas las canciones que les gustan, ¡incluso en japonés!

Cada vez leo más libros donde música y literatura se alimentan mutuamente -algo muy propio de estos tiempos donde fluye sin fronteras la creación cultural-, se autoreferencian y entrelazan en palabras y universos que resuenan con su propia banda sonora, como en el caso de Murakami -esos Baila, baila, baila o Kafka en la orilla-. La música complementa la historia, como si fuera una figura literaria más.

Hace poco he leido  Mi color preferido es verte, de Pilar Eyre, donde la letra de canciones que conocemos -populares, habaneras o francesas- se cuelan como parte del texto. Es un libro ameno, se lee rápido.

Mi cultura musical reconozco que es muy limitada y facilona. Básicamente, escucho lo que suena en la radio -o últimamente, lo que me descubre uno de mis hijos, a quien le gusta el rap-. Por eso me gusta cuando algunos libros amplían también mi cultura musical. Me ha pasado con los libros de Elisabeth Benavent  donde las canciones te transportan a ese momento especial e intenso, o con La chica de Los Planetas, un libro que me tiene enganchada y no tanto por la música  - que está presente hasta en el título-, sino por cómo escribe la historia ese jodido Holden Centeno. Y quizás, este sí, se lo pase a mi hijo para ver si entre música, amor y un Madrid muy cercano, se engancha a leer.

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