miércoles, 31 de diciembre de 2014

El último día de un glorioso 2014

Hace un año me tropecé con una sencilla canción en Youtube que me hizo soñar con tener un atlas en mis manos para empezar un viaje hacia algún sitio que aún desconocía. Y resulta que ocurrió. Desplegué las velas, encaré el viento y llegué hasta aquí, un lugar todavía en ninguna parte. Aún queda mucha travesía por recorrer y las olas me llevan a veces un poco a la deriva. Nada grave. Resoplo y adelante.

No necesito ningún Facebook que me diga cómo ha sido mi año 2014.
Ya lo sé yo: ha sido un año de aceptaciones y renuncias, de callejones sin salida y encrucijadas de ideas, de algún que otro dolor intenso por amistades perdidas, de reencuentros y desencuentros con mis yos distintos y contradictorios, con amigos latentes pero ausentes.
Ha sido un año de lecturas y palabras...¡muchas!, de ilusiones varias y... cientos de cosas más que nunca contaría en un blog, me las guardo para mí.
En fin. Un año para recordar, este 2014.
 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

¡Leed, leed, malditos!

Me he leido algunos libros que me expliquen cómo hacer que mis hijos se aficionen a la lectura, pero no hay forma.
A veces pienso que no son hijos míos o que el gusto de leer es un gen que no les he traspasado. Yo lo necesito tanto como respirar y además, lo hago delante de ellos -dicen que lo mejor es dar ejemplo-.

He probado a leer con ellos, a llevarles a la biblioteca, a comprarles el libro que prefieran, a hablarles de títulos que me gustaron cuando tenía su edad -Ende, Tolkien, o Zipi y Zape, da igual-; incluso me compré Como una novela, de Daniel Pennac para entender cómo pudo inculcar el placer de la lectura en sus alumnos adolescentes. Nada, de nuevo, fracaso total.

La última idea que se me ha ocurrido es hacerlo a través de la música, porque eso sí, se aprenden las letras de todas las canciones que les gustan, ¡incluso en japonés!

Cada vez leo más libros donde música y literatura se alimentan mutuamente -algo muy propio de estos tiempos donde fluye sin fronteras la creación cultural-, se autoreferencian y entrelazan en palabras y universos que resuenan con su propia banda sonora, como en el caso de Murakami -esos Baila, baila, baila o Kafka en la orilla-. La música complementa la historia, como si fuera una figura literaria más.

Hace poco he leido  Mi color preferido es verte, de Pilar Eyre, donde la letra de canciones que conocemos -populares, habaneras o francesas- se cuelan como parte del texto. Es un libro ameno, se lee rápido.

Mi cultura musical reconozco que es muy limitada y facilona. Básicamente, escucho lo que suena en la radio -o últimamente, lo que me descubre uno de mis hijos, a quien le gusta el rap-. Por eso me gusta cuando algunos libros amplían también mi cultura musical. Me ha pasado con los libros de Elisabeth Benavent  donde las canciones te transportan a ese momento especial e intenso, o con La chica de Los Planetas, un libro que me tiene enganchada y no tanto por la música  - que está presente hasta en el título-, sino por cómo escribe la historia ese jodido Holden Centeno. Y quizás, este sí, se lo pase a mi hijo para ver si entre música, amor y un Madrid muy cercano, se engancha a leer.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Ciega, sorda, tartamuda

He releido algunas entradas antiguas de este blog y ¡joder!... ¡qué bien escribía! No me reconozco ni yo. Visto así, en la distancia, me he preguntado ¿Y por qué lo dejé? Una de las respuestas está en las miguitas que fuí dejando en varias de aquellas entradas, y por fin, en la de mayo de este año. La otra, es que no quise ver que necesitaba escribir. He estado ciega mucho tiempo.
Y eso que me lo dijeron algunas personas: amigos, familia e incluso Marga, una terapeuta con la que hablaba  -graciasgracias Marga, al cabo de los años-. Obviamente, no les hice caso.
La cosa es que se me trababan los pensamientos y las palabras. No se puede vivir con miedo a lo que más quieres.  

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Estado: Incontinencia textual

Desde hace unas semanas sufro de incontinencia textual. Me escribo encima, hablando claro. No puedo dejar de escribir. Durante el día, en el ordenador. Por la noche, en mi cabeza. Cuando no me queda más remedio que parar, noto un ligero brote de ansiedad. Tengo que dejarlo.

miércoles, 4 de junio de 2014

Tailandia, una historia

Hace tres años estuvimos en Tailandia. Tumbada al sol en la terraza de un hotel de semi lujo en una isla que se recorría en dos horas de motocicleta, me vino una idea para escribir una historia. Era algo así:
Una persona que un día se levanta y no consigue entender lo que hablan los demás, - no es una cuestión de idioma, es que las frases que entran por sus oídos no tienen sentido para ella-; tampoco interpreta las señales de la calle, ni las de tráfico, ni descifra los textos de los documentos de su trabajo...Esa persona mira el mundo a su alrededor pero le tiene que dar su propio significado a cada cosa que ve, porque no comprende lo que la gente le dice.

Creo que eso de que "un día se levanta" me hizo pensar en el desconcierto de Gregorio Samsa convertido en cucaracha en La metamorfosis de Kafka.
Por supuesto, nunca escribí esa historia. 

lunes, 12 de mayo de 2014

En algún punto, me perdí

No sé cómo pasó. Ni dónde fue exactamente. En algún punto del camino de ida al trabajo tuvo que ser. Sólo sé que me miré y supe que me había perdido. Había una parte de mi vida de la que se había borrado el mapa y no era capaz de encontrar ningún camino hacia ningún sitio al que quisiera llegar. O es que se me olvidó a dónde quería llegar. No sé. Reconozco que me paralizó un poco el miedo, me sentía constantemente desubicada, me refugié en las rutinas y lo ya conocido.
Recorrer caminos trillados es la mejor forma de seguir sin que nadie a tu alrededor se entere. Hasta que un día ves una luz que se cuela por el resquicio de una puerta, y  allí te diriges, aunque no sepas a dónde lleva. Pero al menos es una salida, que es más que la nada. 
Esto lo cuento así, en un párrafo, que se lee en dos patadas -joder, me sale un pareado-, pero me costó algunos años pasar de la consciencia de estar perdida a llegar a abrir esa puerta.
Y ahora... ¡hola! ¿Hay alguien ahí?