No sé cómo pasó. Ni dónde fue exactamente. En algún punto del camino de ida al trabajo tuvo que ser. Sólo sé que me miré y supe que me había perdido. Había una parte de mi vida de la que se había borrado el mapa y no era capaz de encontrar ningún camino hacia ningún sitio al que quisiera llegar. O es que se me olvidó a dónde quería llegar. No sé. Reconozco que me paralizó un poco el miedo, me sentía constantemente desubicada, me refugié en las rutinas y lo ya conocido.
Recorrer caminos trillados es la mejor forma de seguir sin que nadie a tu alrededor se entere. Hasta que un día ves una luz que se cuela por el resquicio de una puerta, y allí te diriges, aunque no sepas a dónde lleva. Pero al menos es una salida, que es más que la nada.
Esto lo cuento así, en un párrafo, que se lee en dos patadas -joder, me sale un pareado-, pero me costó algunos años pasar de la consciencia de estar perdida a llegar a abrir esa puerta.
Y ahora... ¡hola! ¿Hay alguien ahí?
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